Ir directamente al contenido de esta página

Bolshoye Spasibo!

por Relato finalistaRelato Bluetal

20 de marzo de 2018. El Kremlin. Dimitri Chernenko había citado en su suntuoso despacho al Ministro de Economía. Su cara reflejaba la cruel realidad diaria, endureciendo sus ya de por sí iracundas y soberbias facciones. Todos respetaban el mal carácter del Jefe del Gobierno y Presidente de la Federación, cargos que ostentaba después de haber modificado la Constitución Rusa.

La profunda crisis económica que arrastraba Rusia desde hacía años les había hecho tocar fondo, definitivamente estaban al borde de la quiebra y el colapso financiero. Las sucesivas medidas a la desesperada de su gobierno no habían conseguido convencer ni a los mercados ni a la comunidad internacional, y su eterno enemigo, el siempre oportunista «amigo americano», esperaba con paciencia el devenir de los acontecimientos para quedarse con el botín más codiciado: Siberia y sus ricos yacimientos petrolíferos y minerales, para explotarlos a través del estrecho de Bering.

Nikolai Barsukov, lastrado por el peso de los datos que contenía su cartera del Ministerio de Economía, entró lentamente en el despacho del Presidente, tenía un presentimiento y no era bueno.

—Bien, mi querido Nikolai —lo recibió nerviosamente Dimitri indicándole que se sentara—. Quiero saber, exactamente, cuánto tiempo nos queda antes de que nuestro propio pueblo se levante contra nosotros en otra revolución. Si hemos de tomar medidas especiales, lo tengo que saber ahora.

—Estimado presidente, como sabe, esto ya no depende de nosotros en modo alguno —le respondió secamente—. Ahora mismo nuestro interruptor está en manos del gobierno chino y puede apagarnos cuando le plazca.

—¿Cómo es posible? ¿cómo ha sido posible? —bramó Dimitri dando un puñetazo en la mesa.

Tranquilamente, Nikolai abrió una carpeta de cuero negro, se bajó las gafas hasta la punta de la nariz y con toda la serenidad que consiguió reunir, le respondió:

—Estamos en situación de incapacidad total de pago de la deuda, por lo que hemos perdido la confianza de los inversores, incluso ofreciendo desorbitados intereses, y por descontado que la inflación de la moneda nos deja atados de pies y manos. La última medida que adoptamos, la implantación del mercado libre de trabas, nos ha hundido aún más… la prima de riesgo mejor la obviamos. En fin, Dimitri, dependemos de los chinos aunque nos siga costando la Patria, dentro de poco habrá que anunciar la suspensión de pagos, habrá que devaluar los bonos de deuda emitidos y… ¿sigo?

Con un leve movimiento de cabeza el Presidente le indicó que sí.

—En definitiva, toda nuestra deuda la tiene China, los alimentos básicos nos obligan a importárselos bajo acuerdos deplorables para nosotros. Debido a que gran parte de los yacimientos de petróleo del Cáucaso se los vendimos a precio de saldo, como agradecimiento al generoso apoyo para su reelección, nos vemos obligados a importar hidrocarburos desde nuestro propio país, y además…

—¡Basta! —le gritó.

Tenía la cara congestionada y las venas del cuello le palpitaban a punto de estallarle. Cuando consiguió calmarse se colocó la chaqueta, se arregló el pelo y declaró:

—Lo he meditado mucho y, desde luego, me ha costado tomar la decisión, pero voy a declarar la guerra a China. Nikolai, no tenemos elección.

—Pero… señor Presidente —tartamudeó su antiguo amigo—, no puede ser… sería la ruina para… para el mundo.

—¡El mundo se puede ir a paseo!, pero Rusia, la Gran Madre Rusia se irá con honor. Nuestros más fieles camaradas nos garantizan la mayoría en la Duma. No te vayas del edificio y mantente localizado. Voy a convocar al Gabinete de Crisis. Van a estar los generales de los tres ejércitos, los secretarios de estado y los representantes de todos los estamentos estratégicos. Te necesito para terminar de convencerlos. No me falles, Kolia.

A las cinco en punto de esa misma tarde la gran sala del sótano del Kremlin, destinada a afrontar las crisis provocadas por cualquier situación de amenaza grave, estaba abarrotada. Alrededor de su interminable mesa de caoba, los generales de los tres ejércitos —Sergei Sokolov, con su uniforme de Coronel General del Ejército de Tierra, Leonid Starevich, Capitán General del Ejército del Aire, y Aleksei Azaroff, Almirante de la Armada— y sus respectivos ayudantes detrás de ellos, daban colorido con sus pecheras saturadas de condecoraciones, ocupando los sillones contiguos al del Presidente. Los ministros y una cohorte de personalidades llenaban, en el más denso de los silencios, el resto de la mesa. Cuando entró el Presidente todos se pusieron de pie, se ajustaron solemnemente las chaquetas y esperaron sacando pecho a que Dimitri Chernenko les ordenara sentarse.

—Bien, camaradas, el Ministro de Economía les explicará ahora la situación de absoluto punto final en la que nos encontramos, aunque todos ya la conocéis de sobra.

Un ligero murmullo de preocupación afloró por la sala. Después de un breve resumen, y sabiendo lo que el Presidente iba a anunciar a continuación, Nikolai juntó las manos y esperó a que Dimitri tomara la palabra. Y la tomó: «Guerra». Un gélido mutismo recorrió la estancia. La noticia les dejó desconcertados e intercambiaron tímidas miradas entre ellos a la espera de que alguien dijera algo. Un minuto después, y justo cuando iba a ser firmada la declaración de guerra ante la complicidad encubierta de los allí presentes, un hombrecillo enjuto y arrugado, que había pasado inadvertido al final de la mesa, tuvo el arrojo de romper el silencio.

—¡Ejem, ejem…! Señor Presidente, con su permiso… —dijo con un hilo de voz.

Todos se volvieron hacia él al tiempo que el Presidente levantaba lentamente la cabeza.

—¿Sí? ¿Quién ha osado hablar? —preguntó Dimitri en el tono más contenido que pudo expresar.

—Alexander Litvinenko, señor. Dirijo el CGE, el Centro Genético Evolutivo, y gracias a los fondos del FSB desarrollamos proyectos «novedosos»… digamos que materializamos lo que alguien se imagina.

—Muy bien, hijo ¿y? —respondió el Presidente acallando el incesante murmullo.

—Si me permite explicarle, puede sacar interesantes conclusiones.

Un gesto con la mano de Dimitri le invitó a hacerlo. Alexander se acercó a la gran pantalla lateral y, apartando a todo el mundo, conectó su iPad a ella. Abrió un archivo codificado y les fue explicando a medida que aparecían las imágenes.

—Lo bautizamos Vacuna TC320. Básicamente, con la TC320 buscábamos modificar la enfermedad de Graves para crear supersoldados. Para ello desarrollamos un suero que provocaba la hipersecreción de tiroxina, prohormona y aumentaba la reserva de la hormona triyodotiromina, no sé si lo saben, necesaria para regular el metabolismo celular, de forma que fuera cien veces más potente. Como pueden apreciar, el resultado final resultó exitoso: la hiperaceleración del metabolismo general. Eso sí, con un efecto colateral lógico, pues también aumentó el apetito de los sujetos y su irritabilidad hasta extremos preocupantes.

Se calló unos instantes para que fueran digiriendo la información.

—Señores, con esta vacuna nuestros soldados se recuperarían plenamente de las heridas sufridas en combate en cuestión de unas pocas horas. Sin entrar en detalles técnicos, les puedo decir que conseguimos regenerar las células destrozadas activándolas de nuevo, haciendo revivir los tejidos muertos.

Un clamor general acompañado de risotadas interrumpió su exposición, pero como la cara del Presidente transmitía expectación la quietud se volvió a apoderar de la sala.

—Bien, camaradas, la vacuna TC320 abrió el camino y decidimos mejorarla, porque de nada nos valía revivir células si el efecto final eran soldados incontrolables. Resulta que se volvían tremendamente agresivos y su hiperactividad les obligaba a comerse todo lo que tuvieran a mano, incluso llegamos a tener algunos casos de canibalismo. Por estas razones, la modificamos y creamos la HC320. Les diré como resumen que con esa nueva vacuna le pegamos un tiro a un voluntario checheno y, simplemente, revivió… aunque no como esperábamos. Después de unas cinco horas su cuerpo se reactivó, menos la parte, digamos, «humana» de su cerebro…

—¡Calma, señores! —vociferó el Presidente; un brillo peligroso apareció en sus ojos—. ¡Zombis! —dijo en un susurro asintiendo con la cabeza.

Recapacitó un instante y de pronto rompió a reír a carcajadas. Y de pronto se puso serio.

—¡Señores! ¡Señores! —exclamó apartando la declaración de guerra sin firmar—. Lo que nuestro querido camarada propone es otro tipo de guerra… nos está proponiendo infectar China para poder intervenir justificadamente en nuestra propia defensa. La amenaza de contagio a través de la frontera común nos daría carta blanca para bombardearlos, aniquilándolos por partida doble. Acabaríamos con nuestros problemas económicos y quedaríamos como unos héroes.

—Estimado Presidente, estimados señores —dijo Alexander orgulloso por el éxito alcanzado—, necesito fondos extras porque sería necesario hacer unos pequeños retoques. Básicamente, acoplarlo a un vehículo de transmisión fiable, como por ejemplo la gripe, para que pueda propagarse con garantías; y, por supuesto, tendrá que provocar la muerte del receptor para poder… reactivarlo. Se propagará indiscriminadamente matando a todos lo que se infecten para revivirlos como muertos vivientes. Es sencillo, basta con imaginárselo para poder materializarlo.

***

Al cabo de un mes Alexander Litvinenko se presentó ante Dimitri.

—Señor Presidente, le presento el HV3. Diré que es la mejor evolución del HC320 que hemos podido conseguir en tan poco tiempo, pero adolece de pequeñas alteraciones indeseadas…

La mirada impaciente de Dimitri lo invitaba a dejarse de rodeos e ir al grano.

—No hemos conseguido la perfección, señor Presidente. Baste decir que a los efectos colaterales de agresividad e hiperactividad heredados de la vacuna anterior hay que añadir una exagerada producción de queratina, con lo que uñas y cabello crecen desproporcionadamente. Y lo peor no es eso: necesitaría más fondos y más tiemp…

—¡No tenemos más tiempo! —le voceó Dimitri.

—¡Pero, señor Presidente! La producción de somatropina… déjeme explicarle… la hipófisis de los revividos secreta la hormona del crecimiento a niveles exagerados, entre mil quinientas y dos mil veces más al día, cuando lo normal en su estado de muerte cerebral sería cero… señor, en algunos casos al cabo de tan solo un par de días los revividos han crecido unos cincuenta centímetros… el HV3 se propaga, mata y revive pero es inestabl…

—¡Basta! —le gritó de nuevo Dimitri—. ¡Ni «peros» ni «esques»! No hay tiempo, Alexander. Has hecho un buen trabajo y la Madre Patria sabrá ser generosa, pero nuestras bombas van a reducir a la nada a esos engendros aunque la ropa se les quede pequeña —pulsó un botón y llamó por el interfono—. Vasili, pasa.

Vasili Stropoff, El Director del FSB, entró en el despacho presidencial.

—Acompaña a Alexander a su laboratorio. Ya sabes lo que tienes que hacer.

***

Dos semanas después de aquella reunión, el 7 de mayo de 2018, saltaba una terrible noticia en las cadenas de televisión de medio mundo: «… una extraña gripe, desconocida hasta ahora, obliga al gobierno chino a poner en cuarentena la ciudad de Chengdu, en el centro del país asiático. El ejército no permite la entrada a la ciudad de periodistas…»

Pero no se puede cercar el aire. El virus se saltó los cordones de seguridad pasando libremente entre soldados enmascarados y hombres enfundados en monos blancos. En unos días aparecieron infectados en Wuhan y en Taiyuan y, ante la amenaza de que pudiera llegar a Beijing, se estableció la orden de quemar todas las aldeas y pueblos con brotes y desplazar a la población sana hacia Mongolia.

Dimitri saboreaba cada informe que le entregaba el servicio secreto. La cifra de infectados crecía exponencialmente y pronto llegaría el turno de actuar. Desde el primer momento había movilizado la 3.ª y la 12.ª brigadas del distrito del Volga y tres divisiones de tanques, posicionándolas con discreción entre Kizil y Jabarovsk para cuando llegara el momento de tomar la frontera china. La fuerza aérea también estaba en alerta a la espera de intervenir desde el aire.

Fue como volar una presa. De repente, todos los intentos del gobierno chino por ocultar los efectos de la gripe saltaron en pedazos. En las noticias de la CNN del 12 de junio, el reportero que cubría la crisis informaba en directo retransmitiendo el despliegue de una interminable columna de soldados de infantería, escoltados por vehículos artillados, a las afueras de Hong Kong. Aquello lo vendieron como un movimiento del ejército para reprimir manifestaciones no autorizadas. De repente el reportero le pidió al cámara que enfocara a los soldados mientras se sumaban a los que ya estaban posicionados en la barricada de sacos terreros montando sus armas. Un murmullo lejano empezó a oírse acompañado de una ligera vibración de la tierra. Poco a poco aquello fue dando paso a un clarísimo griterío. Los oficiales ya no prestaban atención al reportero y se afanaban en transmitir a sus hombres órdenes y consignas. El cámara alzó el plano y, a pesar de la imagen inestable, los telespectadores vieron una ingente masa humana que corría hacia su dirección dando grandes zancadas. Por su aspecto todos pensaron que eran manifestantes en pie de guerra, con sus melenas al viento y su ropa hecha jirones…

—¡Impresionante, señoras y señores, a lo lejos tienen lo que parece ser una manifestación no autorizada… avanzan muy deprisa… y como se puede apreciar, chillan de una manera espantosa…!

De repente el tableteo de las ametralladoras ahogó su relato. El plano pasó a enfocar a los soldados y pudieron ver en riguroso directo cómo miles de casquillos caían y rebotaban contra el suelo lanzando destellos. Los oficiales señalaban con sus bastones hacia el frente lanzado berridos, intentando contener aquella avalancha enloquecida. La incontable masa salvaje los alcanzó en segundos. Unos seres de más de dos metros de altura cayeron sobre ellos como alimañas hambrientas.

Lo último que pudo verse fue al reportero mirando al objetivo mientras un ser melenudo lo cogía con ambas manos por los lados y, sujetándolo sin dificultad alguna, le arrancaba de un mordisco medio cuello. Un chorro de sangre salpicó al cámara y, con las rojas gotas dibujando líneas verticales en la pantalla, el zombi terminó de comerse a su compañero en riguroso directo.

***

Aquellas imágenes sacudieron al mundo. Una horda de chinos gigantes devorando soldados a su paso era algo que superaba cualquier reality televisivo. Los teléfonos de todos los gobiernos echaron humo intentando averiguar qué estaba pasando allí.

—¡Es el momento! —dijo con solemnidad Dimitri delante de todos los que hacía meses estuvieron a punto de verle firmar la declaración de guerra—. No podemos esperar más. Según nuestros últimos informes aproximadamente el cuarenta por ciento de la población china está infectada. Tenemos a unos seiscientos millones de zombis amenazando seriamente nuestra frontera. El peligro de contagio es evidente, de hecho, no esperábamos una cifra tan alta de contagios en tan poco tiemp…

—Perdón, señor Presidente —interrumpió su secretario personal mientras mantenía un móvil pegado a su oreja.

—¡Andrei, no puedes interrumpir a tu Presidente! —rugió encolerizado.

—¡Perdón, señor Presidente! —alcanzó a decir cuando le volvió el habla—. Es que… es el Gobernador de Novokuznetsk. Está alarmado por la aparición de engendros que están engullendo a la población…

—¿Qué? —dijo Dimitri abriendo una boca como un buzón.

El teléfono que tenía delante de él se puso a plañir como un niño, sobresaltando a todo el mundo. Todavía con la mirada perdida en el fondo de la sala, el Presidente lo cogió.

—¿Sí? Sí, soy yo.

Colgó al cabo de un par de minutos, bajando con lentitud el auricular.

—Era el Coronel Tarevich. Señores, nuestras tropas en la frontera han sido aniquiladas… sorprendidas desde el lado ruso. Es necesario que declaremos el estado de excepción.

***

El virus se propagó por todas partes sin respetar fronteras ni estados. Empezaba como una gripe común, con ataques de tos y fiebre, y en cuestión de horas postraba al contagiado en la cama para matarlo, y revivirlo. Despertaba con un apetito atroz que lo lanzaba a devorar cualquier cosa que se moviera.

Beijing fue la primera gran capital en caer, Moscú, la segunda. El Presidente se negó a abandonarla a pesar de la insistencia de su esposa y sus hijos —y su amante—. Lo decidió y no hubo más discusión. Quería estar al mando de su defensa y para ello mandó levantar una empalizada de quince metros de altura amontonando los enseres de las casas, coches, autobuses y mobiliario urbano siguiendo el trazado de la autopista de circunvalación MKAD, de ciento nueve kilómetros de longitud. Repartió armas a toda la población que quiso quedarse para defender su ciudad. Concentró en otro perímetro interior, en el anillo de los jardines que rodeaba el centro, a las divisiones que le quedaban disponibles. La segunda división blindada se intercaló entre ambas líneas para cubrir una posible retirada de los defensores del frente; las buenas costumbres, no hay que perderlas. Las imágenes por satélite eran estremecedoras: calcularon unos trescientos millones de zombis acercándose por todos lados.

—Bien, Alexander. He visto imágenes de esos engendros y soy consciente de la magnitud de nuestra aberración, pero necesito que me expliques a qué nos enfrentamos realmente.

El hombrecillo, ahora más insignificante e inquieto que nunca, se hundió en la amplia silla y miró uno por uno a todos los presentes.

—Señor Presidente, señores. Según los últimos datos que hemos obtenido de las autopsias realizadas a algunos revividos, la hipersecreción de somatropina es muy superior a lo que habíamos calculado, porque el hipotálamo ha adquirido un tamaño cinco veces mayor de lo normal. Crecen por norma entre un metro y metro y medio. El resto del cerebro está muerto, salvo el cerebelo, y el bulbo raquídeo mantiene las funciones básicas: comer y correr a por comida. Sus sentidos básicos están atrofiados, excepto la vista y el olfato. Por desgracia, la consecuencia de tanta triyodotiroxina en su torrente sanguíneo es peor de lo que creíamos. Básicamente, nos vamos a enfrentar a seres hambrientos e insaciables de entre dos y tres metros de altura y con una complexión muscular muy desarrollada. Respecto al crecimiento desmesurado de las uñas, no se ha corregido, por lo que además en sus manos cuentan con unas excelentes cuchillas.

El clamor generalizado contagió de inquietud incluso a los militares más curtidos.

—Les recuerdo que la finalidad de la vacuna era regenerar los tejidos muertos de nuestros soldados; pues bien, a ellos también se les regeneran las heridas, por lo que lo único que acaba con ellos es un afortunado balazo que les seccione la base del cráneo y suspenda la comunicación con la médula; o directamente cortándoles la cabez…

—¿Y cómo piensa cortarle el cuello a un gigante de tres metros, pedazo de mierda? —le espetó el general Sokolov.

Todos los presentes estallaron en insultos y tuvo que mediar el Presidente para evitar el linchamiento.

***

Y así ocurrió la toma de Moscú.

Hombres, mujeres, niños mayores de once años y ancianos con fuerzas suficientes para empuñar un AK-47 fueron apostados entre los soldados de infantería alrededor del kilométrico perímetro exterior. Cada quinientos metros habían levantado un pequeño torreón con andamios donde dispusieron a los francotiradores y las ametralladoras pesadas NSV de doce con siete milímetros. Cubriéndoles las espaldas, una línea con lo que quedaba del 20.º Ejército: la 4.ª división de Guardia de Tanques y la diezmada 10.ª división. En el perímetro interior, la 2.ª división de Guardia de Rifles Motorizados, a los que habían reservado para la última defensa; si pasaban de ahí tendrían vía libre hasta el Kremlin.

Por encima del ruido de los motores de los helicópteros Mi28 y Mi24-Hind que daban cobertura aérea al perímetro exterior, se empezó a oír otro tipo de rugido. Era de madrugada, con un cielo tan oscuro que parecía ya vestido de luto, cuando la tierra empezó a temblar. Todos se miraron espantados mientras trataban de ver más allá de los focos.

Miles, millones de pisadas a la carrera de seres corpulentos y pesados hacían temblar la estructura del muro y, aun a pesar de la distancia, sus alaridos enmudecieron los rotores de las aeronaves. Los mandos militares les recordaban por megafonía que apuntaran al cuello, que no malgastaran munición. Trataban de animarlos y arengarlos, pero en el fondo les deseaban suerte, sin evidenciarlo explícitamente.

Montaron sus armas justo en el momento en el que los tanques dispararon al unísono su primera andanada. Con la misma orden las toberas de los helicópteros escupieron una letal lluvia de cohetes.

En unos segundos, delante de sus ojos, la tierra ardió. Una lengua de fuego de diez metros de altura iluminó el horizonte cercano, arrasándolo. Los tanques siguieron disparando en una frenética cadencia y la cortina explosiva se ensanchó más. Gritaron de júbilo al ver volar por los aires trozos de cuerpos. Pero tras unos minutos de gloria las puertas del averno se abrieron delante de ellos.

Igual que si el tiempo se hubiera ralentizado, los zombis surgieron a través de las llamas como a cámara lenta. Seguían gritando envueltos en humo mientras el fuego salía por sus bocas y sus ojos. El fuego los consumía, e incluso así, seguían corriendo y corriendo, y sólo caían cuando su esqueleto se quedaba sin el sustento de la carne. Fue necesario que alguien disparara primero para que los demás reaccionaran en cadena.

A la luz de las llamaradas y de los focos veían perfectamente, y los primeros en llegar al muro infernal fueron acribillados y decapitados por las balas trazadoras. Pero no resultaba fácil apuntar. Los zombis humeantes se movían con una rapidez pasmosa, y cuando éstos alcanzaron los pies del muro ya una nueva horda ensombrecía el horizonte. Los helicópteros se adelantaron y dispararon, desmembrándolos con munición antitanque hasta agotarla. Los zombis se seguían amontonando bajo el muro tratando de trepar por él, rugiendo como fieras. Cuando la presión fue imparable el muro, simplemente, se colapsó.

Después de dos horas de encarnizada defensa las llamas se apagaron, junto con la esperanza de sobrevivir. Por el ala este y sur, el muro se derrumbó. La estructura cayó hacia atrás arrastrando parte de la muralla. Fue como abrir una espita. Una riada de seres temibles se abalanzó sobre el interior dispersándose por todas partes. En vano, desde los laterales de la brecha, trataron de contenerlos, generando un empeoramiento en cadena. Los tanques bajaron los cañones y empezaron a disparar hacia el muro, llevándose por delante a sus propios compañeros y, de paso, abriendo nuevos boquetes. Los defensores corrieron despavoridos dejando desprotegida la muralla y, al instante, como si de una ola inmensa se tratara, cientos de miles de zombis rebosaron por encima cayendo sobre ellos. Quedaron a su merced. Baste decir que se tomaron su tiempo en saciar el hambre.

El embate de las hordas de zombis que seguían acumulándose empujó a los de delante hacia el centro de la ciudad, donde fueron frenados por el cerco interior del 20.º Ejército. Llevados por su instinto animal y su brutal fuerza, consiguieron abrirse paso a la estación de metro de Kurskaya. Una multitud de monstruos se adentró por los túneles.

Confiados en que eso no pasaría, la defensa de los túneles se asignó a la 16.ª brigada de Designación Especial y a un resto de la 10.ª brigada de Montaña. La 131.ª de Zapadores había sembrado de minas tramos enteros y se habían dispuesto las defensas tras espesas cortinas de alambre de espino. Habían clausurado la línea circular Koltsevaya sellando todos los túneles que desembocaban en las doce estaciones que la formaban. Habían refugiado en el laberinto de las treinta y dos estaciones que quedaban aisladas alrededor de la circular a las mujeres con niños a su cargo y a los niños menores de once años. A los ancianos inútiles los habían dejado a su suerte en sus casas. Todo estaba abarrotado con tres millones de desamparadas almas.

Los lejanos zumbidos les llegaron resbalando por el abovedado techo del túnel y pronto una cadena de sordas explosiones les anunció que la muerte venía a visitarlos.

Unas figuras más negras aún que la oscuridad del túnel se recortaron ante sus ojos. De repente de las sombras surgieron miles de zombis que empezaron a amontonarse tras los alambres de espinos. Los avanzados iban cayendo de certeros disparos que les amputaban las cabezas. Inmunes al miedo y espoleados por su instinto animal zarandeaban los alambres mientras eran acribillados. Pero entre carga y carga iba desprendiéndose una cortina de alambre arrancada de sus anclajes. Cuando sólo quedaba una miserable alambrada, pudieron ver de cerca el rostro del terror: seres descarnados, que sangraban espeso plasma violáceo, trataban de morderlos a la distancia. La piel amoratada y mortecina les caía a jirones entre la ropa desgarrada. Sus ojos tenían la desesperación del hambre y el anterior blanco de alrededor de su pupila era amarillento. Cuando abrían la boca lo hacían como lo hacen los lobos, separando los labios y enseñando los dientes.

Algunos adelantaban la mano para tratar de atrapar carne, lanzando tajos al aire con sus monstruosas uñas. Una avalancha arrancó lo que restaba de alambre y, como en tiempos lejanos, los soldados trataron de replegarse en heroico orden. Mientras unos disparaban rodilla en tierra , otros retrocedían para, a continuación, hacer ellos lo mismo.

Arriba seguían aguantando con la esperanza de ver un nuevo día.

En la sala de crisis seguían recibiendo información del resto del mundo. Los datos eran demoledores.

Los casos de infección ya eran globales. El virus había viajado deprisa y posiblemente había mutado como lo hace la gripe. En los Estados Unidos la Guardia Nacional ejecutaba sumariamente a todo aquel que tosía o tenía síntomas gripales, para luego quemarlo. En España, el gobierno trató de minimizar los efectos, restó importancia a la pandemia y compró millones de vacunas anticatarrales a un influyente laboratorio. En plena campaña de vacunación, les estalló la crisis zombi y, como no habían previsto medidas especiales, en ese momento la gente se estaba haciendo fuerte en sus casas apañándoselas como podían y afilando los cuchillos.

—A la espera de que vayan a merendárselos —pensó Dimitri con amarga sorna.

—Y así por los cinco continentes —sentenció Vasili, director del FSB, sosteniendo una voluminosa carpeta con datos escalofriantes—. No hay esperanza —les dijo casi sollozando.

Mientras arriba veían cómo medio mundo devoraba al otro medio, abajo, ríos de engendros insaciables abarrotaban los kilómetros de los túneles. Confluyeron en las tapias que sellaban la línea circular. Aullaban de ansiedad porque les llegaba un delicioso olor. Los miles de soldados de la 16.ª Brigada Especial y los de la 10.ª de Montaña les habían sabido a poco. Dentro, los de la ratonera oían los arañazos que trataban de cortar los bloques.

El pánico se propagó como un incendio. Los tres millones de almas que habían confiado en ese refugio y que se hacinaban por las estaciones y por los túneles, se fueron contagiando del miedo, llorando y clamando de pavor.

Las paredes de contención cedieron, no estaban construidas para soportar la presión de miles y miles de bestias. Una grieta longitudinal recorrió la pared alargándose lentamente con cada sacudida. Los que estaban en ese lado empezaron a empujar a los de atrás para tratar de huir. Pero no había espacio para hacerlo. Todo estaba saturado. La suerte estaba echada.

Mientras el muro del túnel terminaba de desmoronarse, algunas madres tuvieron tiempo de acurrucar a sus hijos y rezar con ellos. Por última vez los acariciaron y los besaron. Una mujer empezó a susurrar una vieja canción de cuna y, poco a poco, se fueron sumando otras voces: su cántico se fue apoderando del espacio y al cabo eran una sola voz. Una melodía armoniosa en medio del caos.

La pared cayó con estrépito dejando al descubierto su preciado contenido. Ante tal cantidad de comida, los zombis iban de una presa a otra arrancando pedazos de carne de cada una de ellas.

La gente enloqueció. Se pisaban unos a otros tratando de alejarse, y los más débiles murieron aplastados incluso antes de que llegaran a ellos. Fue una auténtica trampa mortal.

Otras entradas cedieron, Novoslobodskaya y Kurskaya, y manadas de zombis entraban por los boquetes para darse un auténtico festín.

Acabaron saliendo al centro de la ciudad por la estación de Ploshchait Revolyutsil, la que corona la Plaza Roja.

Los soldados desplegados no vigilaban la retaguardia y los cañones apuntaban en dirección opuesta.

Antes incluso de que las órdenes les llegaran, llegaron ellos. Algunos soldados, al verse rodeados, optaron por suicidarse. Otros, en cambio, apretaron los dientes, calaron las bayonetas y vendieron cara su piel.

Después de aquello, algunos zombis vagaban saciados arrastrando medio cuerpo o algún miembro arrancado a mordiscos de un soldado, esperando la llamada de su instinto animal para terminar de comérselo.

En el Kremlin tragaron saliva.

—¿Algo que añadir? —preguntó Dimitri al científico.

—Presidente… es un horror… pero hemos encontrado algo, señor.

—¿El qué? ¡Hable!

—Verá, señor Presidente, al haber hipertrofiado la enfermedad de Graves, hemos descubierto que también se ha aumentado uno de sus síntomas: básicamente, la intolerancia a los lugares cálidos.

—¿Y?

—Señor, pues que el calor en exceso los repele. Bueno, o eso pensamos.

—Esa es una estupenda noticia, estando en el centro de Rusia. ¿Algo más?

—No, señor.

—Bien —dijo Dimitri a los allí congregados—. Ya no nos queda Rusia, no tenemos donde escondernos y no tenemos donde ir. Que cada uno tome ahora la decisión que le plazca. Comunicad al resto de los gobiernos lo que hemos descubierto. Al menos, que los supervivientes encuentren descanso durante el día si aprieta el sol y que recen para que no se nuble. Por cierto, fusiladme a este individuo… O no, prefiero que no, prefiero que esté vivo. Les sabrá mejor.

Pasaron unas trágicas horas y, justo al despuntar el alba, el Presidente de la Madre Patria se asomó al muro del Kremlin. Una botella de vodka en la mano y una pistola en la otra. Había zombis hasta donde le llegaba la vista, ocupando los sesenta mil metros cuadrados de la Plaza Roja. Los primeros rayos de sol bañaron la marea animal que rugía a sus pies, desprendiendo millones de destellos. Muchos ya trepaban por el muro sin que nadie se lo impidiera. Los diablos de ojos amarillos lo invitaban a ir con ellos extendiendo sus brazos.

Dimitri echó otro largo trago de vodka. Estaba solo, no había nadie con quién brindar. Vació su cargador sobre las cabezas que asomaban por el borde para, acto seguido, encaramarse en él. Se había reservado una bala.

La masa rugió de nuevo excitada al verlo allí plantado. Cerró los ojos lentamente, se santiguó, se colocó el cañón en la nuez y, al grito de Bolshoye Spasibo!, apretó el gatillo.

¿Te ha gustado? ¡Compártelo! Facebook Twitter

Comentarios

  1. Sr. Jurado dice:

    La escena final en el Metro es maravillosa. Mi más sincera enhorabuena.

  2. laquintaelementa dice:

    Ay, si no hubiera terminado el relato como si lo persiguieran unos zombis chinos melenudos de uñas largas…

  3. laquintaelementa dice:

    Para los no asistentes a la ceremonia de entrega, dejo una breve reseña de lo que dije:

    «Chusco de nivel insane que, a pesar de ser sólo 7 páginas, se te hacen como 14.
    El autor arriesga al explicar detalladamente cómo crear un soldado universal tipo Dolph Lundgren y luego mutarlo en un zombi con un virus, aunque paradójicamente se llame «vacuna». Personajes 100% soviéticos (más que rusos) y los zombis más originales de toda la edición. Ambientación y tono muy trabajados (¡soviéticos también!).
    La toma de Moscú es un pasaje intensísimo, muy bien documentado y que transmite toda la calamidad y miseria que acosa al pueblo ruso durante toda su historia.
    Al relato le falta un muy buen repaso, y así y todo, tiene muy pocas repeticiones y se mantiene la consistencia del tono hasta el final.
    El autor, no obstante, se muestra benévolo y abre una puerta de esperanza muy tentadora.»

  4. Walkirio dice:

    Espectacular. No me sale decir otra cosa.

    Felicidades.

  5. marcosblue dice:

    ¡Qué pedazo de relato! De los que hacen historia. Soberbio curro de documentación tanto geográfica, como científica, administrativa, militar… un gran trabajo, te hace meterte hasta el fondo en la peripecia. Unos zombis atípicos y acojonantes, ese pulso de carrera frenética y defensa desesperada perfectamente conseguido, junto con unos excelentes diálogos conforman un texto realmente sólido. Mi más sincera enhorabuena, me ha hecho disfrutar horrores.

  6. xtobal dice:

    Relato con influencias del Call of Duty (versión moderm warefare 3) de largas noches de tiros, se aprecian tatinos del Señor de los Anillos con regusto al final de la tercera entrega. Escribe en la primera parte la España actual con ribetes al resto de Europa. En fin, mis felicitaciones al autor que se lo curra que te …

¿Algún comentario?

* Los campos con un asterisco son necesarios