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Con dos cañones

por Relato ganador

Me llamo Bloody Louis Scabb1, piloto del Ejecutor, el cascarón más rápido del Caribe, y vengo a contar la última gran aventura de este magnífico barco y de sus insignes tripulantes, los piratas más temidos de los siete mares: el Hatajo Cruel de los Hiper-Negativos, capitaneados por el intrépido Jack El Parrot y su inseparable Wrinkle Bonny2, la cotorra viva más vieja del mundo, y que Jack se llevó de un convento de cartujos en Santiago en vista de que era lo único de valor que pudo encontrar.

La cotorra en seguida se reveló como un espíritu aventurero pero leal. Al principio viajaba en la cofa, junto a Reeking Isaac Slaughter3, nuestro vigía tuerto, al que hacía repetir el ángelus hasta caer dormido y después despertaba a tremendos picotazos en el ojo sano. Con los años le entró vértigo y Wrinkle Bonny prefirió la comodidad del hombro del capitán, y la costumbre de responder «amén» a cualquier orden de Jack El Parrot. No en vano pertenecían a la misma especie de cacatúas: Wrinkle Bonny era de las recitadoras y el Capitán Parrot de los que sueltan frases generadas aleatoriamente en una aplicación de la futura internet. Reeking, por su parte, continuó durmiendo como un lirón a doce metros de altura, a veces incluso tapándose con la Jolly Roger si había mucha corriente por allí arriba.

Desde que Henry Murgas atacara con éxito el fortín de Portobelo en Panamá, entre Port Royal y el continente, el mar y la tierra pertenecían a los corsarios ingleses. Eso nos dejaba poco espacio a los piratas de toda la vida, los de bergantines rápidos y abordajes breves justo para arramplar con un botín las más de las veces demasiado escaso para repartirlo entre la tripulación… que mermaba considerablemente tras cada ataque para evitar motines.

Decidimos entonces dar un golpe maestro con el que recuperar nuestra reputación, nuestros territorios de pillaje y el oro azteca que viajaba a Europa a bordo de inmensos galeones atestados de cañones, pero lentos y pesados como una morsa preñada.

Nos reuníamos en secreto en la isla Tortuga, menos glamurosa ya que Port Royal, pero segura y con oídos por el resto de puertos asomados al Caribe. Hasta que una noche, dos andaluces pendencieros y desertores de la guardia veracruzana al servicio del Virrey de Nueva España dieron con sus carnes sedientas en la taberna de Anita la Frisona, una viuda holandesa con las tetas tan grandes como barriles de mesa que continuó regentando La Calavera de Coral después de la violenta muerte de su marido en una pelea. Pablo Maganto, cordobés, casado con Lupita Expósito Güey y padre de al menos nueve churumbeles, necesitaba escapar del estrés de los turnos de guardias en el castillo del Virrey y de los de pañales y rosarios con su suegra que le esperaban al llegar a casa tras doce horas metido en una garita. Quería hacerse rico, volver a España y comprar un cortijo para criar caballos árabes. Diego Soler, de Coria del Río (Sevilla), se fundía la paga en la fonda de Doña Rosita ayudando a las «probes» chicas que reclutaban entre las nativas de las tribus diezmadas por el hambre y la sífilis. Necesita dinero para volver a la Madre Patria y pagar los servicios del mismísimo Mateo Jareño de la Parra, el médico del Rey Carlos II.

Después de un par de rondas y algunas referencias a cierto tesoro mítico, enigmático y esdrújulo, olvidaron sus nombres de familia y pasaron a ser Pablo The Bitter4 y Canker Diego Blythe5, mucho más apropiados para la chusma con la que estaban a punto de juntarse: la tripulación del Ejecutor. Únicamente los dos escoceses del barco, Decrepit Wallace Smythe6 y Mast Hugger Roger7 torcieron sus morros y mostachos en señal de desacuerdo, pero era normal en ellos: tampoco bebían ron sino whiskey, ni hablaban inglés o español. Eran un poco cardos pero, en esencia, cumplían con los requisitos de mal fario y gafedad para navegar bajo la bandera pirata del Ejecutor.

A la quinta ron-ron-ronda, la leyenda sobre el Tesoro de los Caramuecos corría ya entre las mesas de La Calavera de Coral a la misma velocidad que las cucarachas y las ratas… pero no pasó igual de desapercibida. Chan, chan. Bitter y Canker se presentaron como fuentes fiables y tenían pistas definitivas para la localización de la isla en la que estaba escondida la herencia de aquel pueblo segundón adorador de Cacahuétl y sus Marimbas y del que incluso se cuestionaba su existencia. Pero nuestra necesidad de un tesoro que encontrar superó la hipernegatividad innata que nos había hecho desistir en tantas ocasiones de emprender cualquier tipo de actividad.

La clave fue una cancioncilla que tarareaba una de las prostitutas caramuecas que Canker había conocido en el burdel de Doña Rosita y que decía: «Bajo la enagua escondido un gran tesoro hallarás, de oro y de plata el caramueco será». Por supuesto no se refería a la falda de la putilla, porque lo que allí encontró Canker fue el origen de su apodo.

El Capitán Jack El Parrot, algo embotado por los litros de ron con solera que le empapaban el gaznate y las chorreras de su raído blusón, se puso en pie y nos gritó a su hatajo de infames:

—¡Me importan un bledo esos contramaestres viscosos! ¡Hagámoslos caminar sobre el tablón!.

—¡Amén! —sentenció Wrinkle Bonny.

Así que nos levantamos ruidosamente y luego de un tintineo de monedas sobre la barra de Anita, salimos en tropel entonando el himno del Ejecutor:

♫ Levando anclas, vomitando y pasando bajo la quilla, ¡¡así es como navegamos!! ♫

Reunidos todos en el camarote del Capitán El Parrot (excepto Reeking Isaac Slaughter, que vigilaba con su ojo bueno en la cofa del palo mayor) desplegamos el mapa de navegación sobre la desvencijada mesa de roble. Como yo era el único que sabía leer, aparte de Wrinkle Bonny (aunque ella más bien era especialista en liturgia cartuja), empuñé con convicción un velillo sobre el descolorido pergamino y fui situando y nombrando el excelso rosario de islas que conformaban nuestro territorio, por si alguna les sonaba a nuestros recién incorporados compinches:

—Margarita, Marigalante, Martinica, Dominica, Trinidad y Lumbago —desgrané como si fueran perlas de un collar.

—¡Coño! En ese orden me gasté la última paga —apuntó Canker socarrón esbozando una sonrisa desdentada y amarillenta al evocar el tugurio de doña Rosita.

El resto soltamos unas estridentes carcajadas, que culminaron con un aullido de nuestro alegre capitán:

—Eres el vástago de una cabra y un mono de arrecife. En serio, ¡lo eres!

—Amén —apostilló la cotorra.

Como en realidad no teníamos ni idea de hacia dónde dirigirnos, acordamos comenzar nuestro periplo por la siempre atractiva isla de Cubalibre, famosa por tener la mayor densidad de tabernas por pirata cuadrado. Porque… ¿qué mejor lugar para obtener información que un bar? En realidad no conseguimos ni una pista sobre el Tesoro de los Caramuecos, pero nos confirmaron la cercanía de una diminuta isla con el sugerente nombre de «Ron». Decrepit Wallace Smythe y Mast Hugger Roger, por supuesto, torcieron sus morros y mostachos en señal de desacuerdo, nos insultaron en su escocés gutural y subieron a bordo un barril de whiskey para el camino.

De lo que sucedió en aquella paradisíaca isla no recuerdo casi nada. Apenas unas imágenes borrosas del Capitán Jack El Parrot en mitad de una pelea contra unos indígenas que llevaban tocados hechos con plumas de guacamayo mientras pataleaba y vociferaba:

—¡Un sabio Jack Parrot mantiene sólo la compañía de un destartalado mono de arrecife y un pútrido loro!

—¡¡Amén!! —chillaba Wrinkle Bonny mientras se lanzaba en picado contra aquellos genocidas de cacatúas y otros familiares.

El tabernero nos cobró por los destrozos del local y comentó que nunca había presenciado un combate semejante contra unos caramuecos. Al escuchar aquella palabra se nos pasó la borrachera en el acto y, por unos reales más y la amenaza de dejar a Wrinkle Bonny en las inmediaciones, conseguimos que el hombre nos indicara la dirección por la que habían huido los indios de marras.

♫ Levando anclas, vomitando y pasando bajo la quilla, ¡¡así es como navegamos!! ♫

Y así fue como partimos rumbo sur. Sin embargo, el Capitán Jack El Parrot, que iba un poco perjudicado, cogió el mapa del revés y acabamos perdidos en una zona inexplorada y vacía del mapa con forma de triángulo.

Varios días luego de una navegación atribulada en aquella bruma densa que podía cortarse con un sable, y con la brújula girando descontrolada como el ojo de cristal de Reeking cuando lo usábamos de canica, se levantó la niebla y ante nosotros apareció un islote de roca oscura como la noche y mortíferos arrecifes protegiendo un denso bosque de cocoteros. Anclamos el Ejecutor a una distancia prudencial y dejamos a Reeking de guardia, mientras los demás remamos en el bote hasta la playa.

Aquello tenía pinta de isla del tesoro, sin duda. Un lugar remoto y apartado de cualquier ruta de navegación, escondido de las miradas indiscretas de españoles y…

—¡Bienvenidos al Triángulo de las Barbudas, señores clientes! ¡Pasen, pasen y vean las nativas más sensuales de todo el Mar de los Sablazos!

Y así fue cómo, guiados por un cuate bajito, con acento de Cancún y vestido con una camisola floreada, bermudas y una sombrilla, terminamos en el último tugurio del Nuevo Mundo antes de la inmensidad atlántica que nos separaba del Viejo Continente. Total para ver media docena de mujeres con más pelos que un mono de arrecife y tener que beber whiskey… Decrepit Wallace Smythe y Mast Hugger Roger torcieron sus morros y mostachos en señal de desacuerdo: el whiskey que habían bebido era irlandés y aquellas hembras no eran mujeronas de Inverness, capaces de cargar a hombros a sus machos ni mucho menos.

Y como su nombre indicaba, en aquel rincón del Mar de los Sablazos nos la clavaron hasta la rabadilla. Nos quedamos sin reales y sin ficticios (eso fue para pagar los daños lumbares causados a las dos muchachas que jugaron «a los highlanders» con los escoceses), e incluso nos desapareció el bote sin dejar rastro. Al principio incluso pensamos que lo habíamos amarrado en otra parte. Pero el caso es que nos lo robaron unos jesuitas desalmados para usarlo como combustible para sus hogueras de herejes. Enfurecido como pocas veces lo había visto, el Capitán Jack El Parrot nos ordenó el abordaje de la primera embarcación de bajo calado que se pusiera a tiro:

—¡Dáme tu mosquetón para que te reviente la pata de palo! —bramó presa de la locura y la furia de una tempestad.

—¡¡Ameeeeeeeeén!! —devolvió Wrinkle Bonny como el eco del trueno en la tormenta.

Airados y animados tras la arenga de nuestro valeroso capitán, nos lanzamos como flechas sobre una piragua que, en aquel momento, embarrancaba en la playa.

—¡¡Al abordajeeeeeeeeee!! —gritamos todos a una mientras sacábamos a porrazos a los pasmados tripulantes, unos indígenas en taparrabos y tocados hechos con plumas de guacamayo…

—¡¡¡Quietossssssssssss!!! —ordené al tiempo que un escalofrío me recorría la espalda consciente de haber extralimitado mi autoridad como piloto.

La detención fue inmediata y total. De hecho, de haber sido tan diestro con los pinceles como lo soy con la pluma habría podido pintar un cuadro aceptable y grotesco. Sin embargo hasta mi corazón estaba paralizado esperando la respuesta del capitán a mi provocación.

Aquel silencio que podía cortarse con el mismo sable que para la bruma terminó con un débil sonido, el aliento final del último de los indios que expiraba bajo el peso del Capitán Jack El Parrot, el líder del Hatajo Cruel de los Hiper-Negativos, asesino famoso en los siete mares por su guillotine drop, ominosa maniobra de matar dejándose caer sentado sobre su presa mientras sus huesos crujen y la vida se le escapa por la boca…

—Ejem, Capitán, parecían… caramuecos… pero claro, ahora no… no podremos preguntarles por el tesoro…

Decrepit Wallace Smythe y Mast Hugger Roger torcieron sus morros y mostachos en señal de desacuerdo y soltaron los cadáveres ensangrentados y magullados de los restantes nativos. El capitán se levantó sin resuello y atusó con delicadeza las revueltas plumas de Wrinkle Bonny, que también le dio lo suyo al indio asesino de parientes. Clavando entonces sus pupilas de hombre en hombre, con una de esas miradas que te traspasan como un sable de cortar brumas y silencios, se giró hacia el mar abierto, allá donde, en alguna parte, debía estar el Ejecutor y exclamó con el orgullo henchido por la brisa oceánica:

—¡Ratas de sentina! ¡Tanteemos a ese bribón desaliñado!

—¡Amén! —corroboró Wrinkle Bonny y el delirio se apoderó de nuestros bravos corazones.

—¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!

Apretados en la piragua y a punto de volcar en varias ocasiones, atravesamos la barrera de arrecife y nos adentramos en la densa bruma que se levantaba como una muralla. Comenzamos a circunnavegar el islote en busca del Ejecutor. Reeking era tuerto sí, pero tenía el oído fino como un murciélago, así que nos desfondamos gritando como locos con la esperanza de que el agudo sentido de Isaac se despertara antes que él.

Un estruendo, seguido de un fogonazo, seguido de un silencio, seguido de un silbido, seguido de un impacto en el agua a cinco metros de nuestra piragua, seguido de una explosión a poca profundidad, seguida de una onda expansiva, seguida de una ola de tres metros, seguida del naufragio de nuestra endeble embarcación, seguido de una sarta de insultos en escocés, seguida de varias maldiciones gitanas con acento sevillano y un mal de ojo en cordobés, seguidos de la luz redonda de un farol, seguida de un olor apestoso a tuerto, seguido de una andanada de collejas, puso fin a una turbulenta noche.

Muchas otras siguieron a aquella, y es que no conseguíamos salir de esa bruma triangular. El Capitán Jack El Parrot no perdía la calma y nos servía de inspiración para no caer en el abismo de la desesperación, que como hipernegativos que éramos, era menos profundo que un charco. Con frecuencia nos arengaba en inglés y español, todo a la vez, para mantener el ánimo:

—¡Gran Espíritu de Odín! Shank que Haggard camisa puffy! —exclamaba encaramado al castillo de proa.

—¡Amén! —coreaba entusiasmada la cotorra.

Por fin, un día al mediodía (sí, no se veía una taba pero sabíamos las horas gracias a la liturgia de los cartujos que Wrinkle Bonny nos recitaba todos los días), después del ángelus la niebla desapareció como por arte de birlibirloque, y también por un ventarrón tremendo que venía de sotavento. El caso es que salimos de aquel paraje maldito y pudimos, por fin, poner rumbo sur. No teníamos dinero, ni comida, ni agua. Sólo el barril de whisky. Decrepit Wallace Smythe y Mast Hugger Roger torcieron sus morros y mostachos en señal de desacuerdo, pero finalmente compartieron gustosos su contenido. No eran tan malos tipos, después de todo…

Pusimos la directa hacia Tortuga, hogar dulce hogar. Cogimos tanta velocidad que al capitán no le dio tiempo a ordenar arriar la mayor y desmantelar el mástil, y cuando pasamos por debajo del Trópico de Cáncer, Reeking se quedó enganchado en él. Hay que decir que el cartógrafo fue muy cabrón al pintarlo tan grueso y tan bajo… Mi pericia en el pilotaje evitó que perdiéramos al apestoso tuerto para siempre, aunque ya no volvió a quedarse dormido en la cofa.

Hicimos escala para aprovisionarnos en una pequeña isla que apenas sí figuraba en el mapa. Extrañamente era una isla más grande en la realidad que como venía dibujada, pero como para fiarse ya de aquel cartógrafo… La gente que nos atendió no quiso cobrarnos, si bien es cierto que no teníamos un triste real para pagarles, y sólo podíamos tirar de las fundas de oro de algunos dientes, especialmente de los de Pablo the Bitter, y la medallita de la Virgen de la Macarena de Canker. Sin embargo no fue necesario. Nos proveyeron de fruta fresca y agua en abundancia. Era un pueblo amable y sencillo, aburrido incluso.

Lo más sorprendente es que sólo estaban a nueve leguas marinas de Tortuga, donde arribamos un par de días después, exhaustos y con ganas de arrecularnos en La Calavera de Cristal, frente a varios galones de ron y las tetas de La Frisona.

Fue entonces, al enrollar el pergamino, cuando se me reveló la solución al enigma del Tesoro de los Caramuecos… Una gota de cera del velillo que había caído sobre el descolorido tapiz acababa de desprenderse. Corrí a contárselo al Capitán quien convocó solemnemente al Hatajo Cruel de los Hiper-Negativos.

Reunidos todos en su camarote, de nuevo desplegamos el mapa de navegación sobre la desvencijada mesa de roble. Reeking Isaac Slaughter mantenía el velillo a una distancia prudencial. Allí, medio borrada por los años y la reciente presión del pegote, se distinguía la verdadera extensión de esa no tan pequeña isla en la que habíamos atracado recientemente. Y su nombre. Uno que al pronunciarlo hizo que quince ojos brillaran líquidos de emoción al amor de la exigua llama de una vela…

—Enciende el farol, que no veo nada —espetó el apestoso tuerto rompiendo la magia del momento y de mi narración.

Dimos mecha a la linterna para que todos pudieran ver claramente que aquella isla discreta y aburrida se llamaba «Gran Enagua».

—¡Que griten como un mono en un tablón de pulgas! —exclamó eufórico el Capitán Jack El Parrot.

—¡Amén! —confirmó Wrinkle Bonny emocionada por la revelación del misterio y la cercana venganza contra los asesinos de congéneres.

♫ Levando anclas, vomitando y pasando bajo la quilla, ¡¡así es como navegamos!! ♫

Y así es como desembarcamos en la desapercibida isla que escondía el tesoro más grande que la humanidad imaginase jamás. Y nosotros estábamos a punto de encontrarlo, aunque tuviéramos que remover e inspeccionar cada palmo de tierra, cada roca, cada cocotero, cada doncella indígena, cada cueva detrás de una cascada…

—¿No huele a quemado? —observó acertada y paradójicamente el apestoso tuerto, el de la pituitaria atrofiada por su propia mugre…

Decrepit Wallace Smythe y Mast Hugger Roger torcieron sus morros y mostachos. Canker y The Bitter se santiguaron por la Virgen Santísima. Ante el panorama que contemplamos al llegar a la aldea en la que tan amablemente nos atendieron, incluso el Capitán no pudo evitar imprecar a los cuatro vientos:

—¡Se hundirán en mi cacareada fruta como unos siniestrones hijos de Satán!

—¡¡¡¡Amén!!!! —profirió una Wrinkle Bonny enfervorecida por la rabia y el dolor.

Las cabañas de hojas de palma y excremento de cabra eran pasto de las llamas, y los aldeanos otrora discretos yacían desparramados impúdicamente atravesados por lanzas y flechas de inequívoco origen español, por la orla rojigualda que exhibían orgullosas de la sangre derramada y el oro robado (no en vano me llamo Louis, como Góngora, soy un poeta del mar, en el fondo).

Y así fue cómo cuando los jesuitas llegaron a Veracruz y le cerraron el negocio a doña Rosita, sonsacaron a la dulce caramueca de la falda mortal el escondrijo del tesoro de sus antepasados. Enviaron una goleta infestada de soldados bajitos armados hasta los dientes y que apisonaron todo vestigio de vida que se les cruzó en su camino hacia el oro y la plata.

Hoy, seis de junio del año del Señor de 1708 sabemos que una flota de galeones del imperio español zarpará de Portobelo a Cartagena de Indias. El San José8 llevará en sus bodegas las 11 millones de monedas acuñadas con el oro fundido de los caramuecos.

Y lo vamos a abordar.

—¡¡¡¡Amén!!!!

  1. Maldito Luis Costras. Volver
  2. Arruga Maja. Volver
  3. Apestoso Isaac Matanzas. Volver
  4. Pablo el Amargado. Volver
  5. Chancro Diego Despreocupado. Volver
  6. Decrépito Wallace Smith. Volver
  7. Abrazamástiles Roger. Volver
  8. Nota del autor-cronista, Bloddy Louis Scabb: El San José fue atacado por barcos ingleses y se hundió con sus tesoros frente a la Península de Barú. También destruyeron el Ejecutor, con el Capitán Jack El Parrot y su fiel Wrinkle Bonny dándonos la Extrema Unción mientras la corriente nos arrastraba hacia el fondo, donde ahora soy poeta oficial de Davy Jones a bordo del Holandés Errante. Volver

    Nota del autor-autor: El tesoro, cuando se encuentre, pertenecerá a Colombia, que eso no lo sabía todavía Mr. Scabb. Todos los nombres de los piratas han sido obtenidos a partir de los originales a través de un generador de nombres, al igual que las frases del capitán. También el generador de novelas de Dan Brown ha parido a los Caramuecos y al Hatajo Cruel de Hiper-Negativos (me rindo a sus pies). Algunos otros nombres han sido manipulados a posta para evitar represalias de algunos ciudadanos iberoamericanos hipersensibles e ingleses corrosivos. Cualquier parecido con la realidad puede ser o no coincidencia, no me hago responsable.

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Comentarios

  1. Tai y Chi dice:

    Como ya expresé en el acto de entregas de premios, es un relato rápido, dinámico que no te deja un segundo de respiro.
    Además, me ha encantado sobre todo por cómo desarrolla a los personajes, los cuales son de una gran profundidad y de tal cercanía que parecen que los conoces de siempre :P. Por cierto, que Wrinkle Bonny, me recuerda a alguien muy, muy cercano ;).
    El único pero que le pongo, es que falta la aparición estelar de cierto personaje (denostado por tu marido), al cual estuve esperando durante todo el relato.

    Mari, nuestros relatos rules!!!!

  2. laquintaelementa dice:

    Chi Chi Fú se merece un papel a su medida, y te prometo que resurgirá en cualquier momento XDDDD

  3. levast dice:

    Ya me quedaba algo desconcertado con lo absurdo de las conversaciones mientras leía el relato, así es que cuando descubro al final el generador de nombres y frases, se me ha quedado cara de WTF mayúscula. Un despiporre genial y sobresaliente. Tenemos que idear próximamente una edición de historias absurdas. La cotorra es un personaje insuperable. Enhorabuena.

  4. laquintaelementa dice:

    Gracias Decrepit Wallac… digo Levast 😛 Algún día te contaré qué imágenes tuyas me sirvieron de inspiración :D. Y sí, después del tostón que van a ser los relatos oníricos, propondremos las historias absurdas para relajarnos. Es curioso como parí ésta en una mañana ciertamente ominosa.

    Por cierto, Tai y Chi… lamentable que no hayas mencionado el guiño a Star Wars. Ese Ejecutor, Super Destructor Estelar Ejecutor y nave insignia de Vader… lo más grande y bonico de la Galaxia, ay madre!

  5. SonderK dice:

    Un relato divertido y rápido, muy ameno de leer y con esa atmósfera tan irreal de unos piratas pirados y tirados, me ha encantado 😀

  6. laquintaelementa dice:

    ¿Irreal? ¿la atmósfera? Es fiel reflejo de los pirados en los que me he ins-pirado ( 😉 ). Vamos, yo creo que los coges, los metes en el barco pirata de Famobil, y te sale esta crónica, Bitte…digo SonderK, jajajajajajajajajajajajajaja. Creo que no será la última aventura de este hatajo, aunque luego se cambien el nombre, jajajajajajajajajajajaja.

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